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Carga y descarga del barco. Foto: Kalyn Mae Finnell. |
Ya es domingo y se supone que deberíamos estar navegando rumbo a Iquitos. En cambio parece que seguimos en el mismo lugar. Eso de salir a las 6 A.M. parece que no, pues ya son más de las 8 de la mañana. Al rato parece que el barco empieza a moverse, sí, estamos navegando, aunque la emoción se nos pasa pronto pues simplemente cambiamos de puerto para seguir cargando. Le preguntamos al capitán y nos dice que a las 16h salimos seguro hacia Iquitos. Bueno, a ver si es verdad. Pasa la mañana y decidimos salir a comer algo, con tal de estar antes de las cuatro. Parece que estamos en otro pueblo, caminos sin asfaltar y los habitantes en las terrazas pasando un soleado día de domingo.
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Donde nos dejaron abandonados. Foto: Dana Peterson. |
Encontramos lugar para comer y tras una pequeña disputa
sobre la cuenta regresamos hacia el barco. ¿Qué barco? ¿Dónde está el barco?
¿Pero qué demonios pasa? El barco no está. ¿Y ahora? Lo peor de todo es que
todas nuestras cosas están dentro, incluida mi cámara. Desesperados tomamos
unas mototaxis para preguntar si han visto el barco. Todos tememos lo peor, que
haya partido hacia Iquitos sin nosotros. Afortunadamente nos damos cuenta de
que seguimos en Pucallpa. Y dicen que sí lo han visto. Regresamos al puerto del
que partimos por la mañana, el “monte blanco” y allí está. Menudo susto.
Rápidamente subimos a él pues, ahora ya no nos deja. Preguntamos y nos dicen
que hasta mañana por la mañana no saldrá, vamos, que hemos perdido todo el
domingo, a este paso no llegamos a Iquitos. La suerte es que ya nos sirven cena
en el barco. Por la noche subimos a la cubierta de arriba a beber para celebrar
el cumpleaños de Dana. Ella pagó una botella de tequila, y a mí que no me gusta
el tequila… Lo único que recuerdo de esa noche, o quiero recordar, es que me lo
pasé muy bien y que luego me mareé un poco, quizás por el movimiento del barco,
así que fui a la hamaca a dormir después de visitar unas cuantas veces el
servicio.
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Pucallpa. Foto: Käthe Karacho. |
A la mañana siguiente tenía una resaca horrible y subí a la
cubierta superior a que me diera el aire. Allí pasé todo el día, total, no
teníamos nada que hacer. El barco cargó en un par de puertos más y a mitad mañana
empezamos a navegar por fin río abajo.
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Leyendo. Foto: Kalyn Mae Finnell. |
Los siguientes cuatro días fueron una desconexión total del
mundo. La rutina era parecida día tras día. Levantarse a las 5 y media de la
mañana, ver el amanecer, uno de los más bonitos del mundo, y esperar al
desayuno que era servido a las 6 de la mañana, normalmente un caldo dulce y
blanco hecho a base de avena y un rollo de pan para mojar. Con el desayuno
servido nos subíamos al techo, pues era el mejor lugar del barco, y ahí nos
tumbábamos toda la mañana a leer, escribir, tocar la armónica, charlar o
simplemente dormir. Hasta las 12 del mediodía que empezaban a golpear una
sartén indicando que la comida estaba lista. Entonces bajábamos y formábamos en
fila con nuestro táper para que nos sirvieran, normalmente arroz blanco con un
trozo de algo (pollo en el mejor de los casos) y un asqueroso plátano que sabía
a patata. Para amenizar la tarde jugábamos a cartas o a cualquier otro juego
mientras la selva nos rodeaba a ambos lados del río. De vez en cuando el barco
paraba en algún pueblito pequeño durante unos minutos y luego reemprendía la
marcha. La cerveza era algo que no faltaba, y de tres en tres íbamos subiéndola
al techo. Los atardeceres tampoco tenían desperdicio, un rojo intenso cubría el
cielo arrancando los últimos rayos de luz al sol que poco a poco dejaba
vislumbrar las primeras estrellas de la noche. A las 18h volvían a tocar la
cacerola y volvíamos al mismo ritual de recoger la comida, que con suerte eran
unos espaguetis blancos con caldo y un pescado. La noche la pasábamos cantando,
tocando la armónica y tomando cerveza en el techo, bañados por un manto de estrellas que parecía no tener fin. Yo no solía ser el último en
acostarme, pues sobre las 8 o las 9 de la noche ya estaba muerto de sueño,
nuestro horario se había desplazado y a las 10 ya estábamos casi todos durmiendo
en nuestras respectivas hamacas, pues a las 5 y media tocarían diana de nuevo
para desayunar. Tampoco faltaron en estos 4 días las tormentas repentinas donde con cada trueno parecía que se resquebrajara la tierra y la impresionante cortina de agua que venía desde lejos se aproximaba y nos engullía, aunque solo duraban unos cuantos minutos.
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Techo del Tuky. Foto: Käthe Karacho. |
Ya era miércoles, supuestamente el último día que pasaríamos
en el barco, al día siguiente llegábamos a Iquitos. Como cada noche nos
acostamos tranquilos a esperar el nuevo día. Pero fue una noche diferente, se
oyeron voces y de vez en cuando alguien cruzaba la cubierta corriendo, algo
pasaba. Mientras amanecía, sobre las 5 y media, me levanté a ver qué pasaba y
entonces vi que estábamos atracados en un pequeño puerto. Al ir a recoger mi
desayuno el cocinero me explicó, al parecer a uno de los timoneles, al más
mayor, le había dado un infarto y había muerto aquella noche, además fue en su
turno, mientras manejaba. Todos los de la tripulación demostraban su tristeza,
pues le tenían bastante aprecio. Esto hizo que nos demoráramos unas horas, pues
tenían que descargar el cuerpo del fallecido. Pero sobre las 8 de la mañana ya
habíamos vuelto a emprender la marcha.
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Anochecer en el Amazonas. Foto: Käthe Karacho. |
Durante el siguiente día continuamos la rutina. Lo único
reseñable es el momento en que se unieron el río Marañón y el Ucayali, formando
así el Amazonas, pero yo andaba en la hamaca y no me percaté. Ya estábamos en
el famoso río y no había cambiado nada, todo seguía igual. Algo más grande,
pero igual. Pasando a las 20h llegamos a Iquitos, y por consejo del capitán y
de la tripulación decidimos pasar la última noche en el barco y partir a la
mañana siguiente. Ya habíamos llegado a nuestro destino y habíamos gastado 6 de
los 9 días que teníamos.
Continúa en:
Parte 3: Amazonas peruano: Iquitos.
Esta parte me gustó mucho más ;), hasta tuvo tragedia, aunque es una pena... y por cierto, el asqueroso plátano que sabía a patata se llama "Inguiri", a mí me encanta =P.
ResponderEliminar(Cómo pudiste perderte la unión del Marañón con el Ucayali?! No lo puedo creer!)
Buen relato ,ojala que algun dia pueda hacer ese viaje por la amazonia del Peru
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